Comentario
Según J. W. Hall, la historia diplomática de la ascensión de Japón a potencia se desarrolló en diversas fases, hasta que el país, tras surgir victorioso sobre Rusia en 1905, entró en una nueva etapa de su evolución histórica contemporánea con la muerte del emperador Meiji en 1912, que puso simbólico fin al intenso período iniciado en 1868.
Este largo proceso comenzó en la década de los sesenta del siglo XIX, cuando los nuevos dirigentes japoneses se vieron precisados a negociar tiempo y concesiones mientras adquirían el dominio de la moderna diplomacia y las nuevas exigencias de la negociación internacional y de la defensa nacional.
Desde la década de los setenta, y hasta 1894, los dirigentes japoneses se concentraron en lograr dos objetivos principales: definir y asegurar la posición internacional y revisar los llamados tratados desiguales.
El primer objetivo lo llevó a cabo resueltamente y con gran facilidad el Ministerio de Negocios Extranjeros. Sus hitos más representativos fueron: en 1871, tratado comercial con China; en 1872, control administrativo de las islas Riu-Kiu; al año siguiente, de las islas Bonin; en 1874, reconocimiento de su soberanía sobre las Riu-Kiu, y en 1875 arrebataba a Rusia las islas Kuriles mediante un tratado y fijaba la frontera entre Japón y Rusia en el área de Siberia.
La primera y auténtica crisis en la política internacional japonesa, con una importante escisión en el Gobierno, sobrevino a causa de Corea.
En 1876, los japoneses se abrieron paso en la península coreana utilizando el mismo sistema cañonero que los occidentales habían aplicado contra Japón en 1853. El tratado de Kanghwa resultante de esta operación no sólo abrió Corea al comercio japonés; incluyó también una cláusula acerca de la independencia coreana, que constituía una cuña para la ulterior separación de Corea de la soberanía china.
Tras emplazar un potente ejército en Seul, los japoneses comenzaron a participar directamente en el juego del imperialismo, rivalizando con Rusia y China por la influencia en el continente.
Los mismos años setenta y ochenta, que asistieron a estos progresos diplomáticos, resultaron decepcionantes para el deseo japonés de revisar los tratados desiguales. Los tratados continuaron siendo un problema político de primera magnitud, y fue imposible negociar su revisión con las potencias occidentales.
Esta corriente cambió al tener conciencia las potencias extranjeras del surgimiento del moderno Japón. La resistencia a la demanda japonesa de abolir la extraterritorialidad comenzó a debilitarse y acabó en 1894, cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Aoki, llegó a un acuerdo con el secretario del Foreign Office británico, Kimberley, de que la extraterritorialidad desaparecería en 1899. Las demás potencias no tardaron en llegar a acuerdos análogos.
A partir de 1894, en opinión de J. W. Hall, Japón entró en una nueva fase de sus relaciones internacionales; se inició con la guerra contra China, y terminó en 1905 con su victoria militar sobre Rusia.
Parece incuestionable que la guerra de 1894-95 contra China señaló la mayoría de edad internacional de Japón ante los ojos del mundo. El conflicto puso de manifiesto que Japón era una potencia en el área de Extremo Oriente.
La posible amenaza para las potencias occidentales en la zona alcanzó un pronto reconocimiento en la triple intervención de 1895. Alarmados por la perspectiva de una expansión japonesa en el continente, Rusia, Alemania y Francia intervinieron para bloquear la conquista nipona de la península de Liaotung como consecuencia de la guerra contra China y de la paz de Shimonoseki (1895). Por ella, China cedió a Japón Formosa, Port Arthur (en poder de Rusia desde 1898) y las islas Pescadores, y reconoció la independencia de Corea, que pasó al área de influencia nipona.
Tras unirse a la expedición de socorro de los aliados occidentales a Pekín en 1900, con motivo del movimiento nacionalista de los boxers, Japón entró en la historia diplomática universal en 1902, al firmar un tratado de alianza con Gran Bretaña, por el que alcanzaba su más tangible reconocimiento de igualdad internacional. Era el primero de este tipo que firmaban una potencia occidental y una nación asiática.
Dos años después, en 1904, Japón atacaba a los rusos en Port Arthur, iniciando así la guerra ruso-japonesa, e infligía la primera gran derrota de una potencia asiática a una tradicional potencia europea. Por la paz de Portsmouth en 1905, que puso fin al conflicto, Japón obtuvo la parte meridional de las Sajalin, Port Arthur y el protectorado sobre Corea y Manchuria meridional.
Al final de la guerra ruso-japonesa, Japón se había convertido en una nueva gran potencia mundial, en el verdadero sentido de la expresión. Ahora era llamado con justicia Japón Imperial (Dai Nippon), en posesión de un imperio propio, y con plena participación en las rivalidades imperialistas occidentales en el marco de Asia oriental.
Los objetivos de la modernización de Japón parecen alcanzados en el primer decenio del siglo XX y con anterioridad, por tanto, a la Primera Guerra Mundial. Estos objetivos son: la soberanía por la abolición de los tratados desiguales, la seguridad por el control de las islas y territorios continentales próximos, y la igualdad con las potencias, tras el tratado de alianza con Gran Bretaña de 1902.
Pero el nuevo imperialismo permanece todavía integrado en el de los occidentales, tras su primer éxito en la guerra chino-japonesa de 1894-95, seguido de la victoria en el conflicto ruso-japonés de 1905 y la anexión de Corea en 1910.
Vie plantea si este primer imperialismo japonés, que considera prudente, fue consecuencia de la expansión paralela del capitalismo y como una necesidad de su mismo desarrollo. La expansión económica estimula la psicología del imperialismo, pero no le impone su marco geográfico.
Basado sobre medios económicos que faltaban en los inicios de Meiji, el imperialismo japonés fue una reacción ante una situación militar juzgada amenazante. Este imperialismo se fundamentaría así, durante su primera fase, en un espíritu de defensa suscitado por el de las grandes potencias occidentales, con las que no tendería a enfrentarse en un primer momento.